Comentario
SESION PRIMERA
Del estado en que se hallan las plazas de armas de la América Meridional
y del modo en que se hace en ellas el servicio
1. Aunque el asunto principal de esta sesión no sea tratar del estado que al presente gozan las plazas de armas de la América Meridional en las costas del mar del Norte, porque en el discurso del tiempo que ha mediado desde el año de 1735, que estuvimos en ellas, han tenido mucha mutación, y principalmente desde que se declaró la guerra contra Inglaterra, con cuyo motivo se han mejorado unas y empeorado otras, no obstante no dejaremos de relacionar aquel estado en que las conocimos entonces, para que se pueda formar concepto del que tenían, y del descuido y falta de defensa en que estaban, unas por el poco celo en el que gobernaba, o sobra de malicia en los que obedecían, y otras por defecto del temperamento y contrariedad de los climas que gozan, los cuales, no admitiendo alteración por nuestras disposiciones, subsistirá siempre la imposibilidad de que se puedan mantener en tan buena disposición las plazas a ellos sujetas, y a sus incomodidades, que encuentren en ellas una regular defensa los que intenten invadirlas. Pero siendo el principal objeto de este discurso las plazas marítimas que corresponden a las costas del mar del Sur, será de éstas de quien se deberá formar el perfecto concepto de su estado, como que es el que verdaderamente tienen al presente, para cuyo fin no excusaremos ningunas noticias de las que nuestra especulación pudo adquirir con la ocasión de haberlas reconocido con toda prolijidad por repetidas veces.
2. Las plazas de armas por donde hicimos tránsito para pasar al Perú, en las costas del mar del Norte, fueron Cartagena y Portobelo, y la fortaleza de Chagres, que defiende la entrada del río del mismo nombre. Todas tres, aunque en lo material de las fortificaciones eran fuertes, en lo esencial no tenían aquellas formalidades que son correspondientes a las obras de fortificación para hacer una vigorosa resistencia, y aunque se experimentó lo contrario en las de Cartagena [en 1741], cuando los ingleses le pusieron el sitio, de donde los rechazó, con tanto honor que llenó de gloria las armas de España, una defensa tan esforzada como la que [se] hizo, ya se sabe que para ello concurrieron los poderosos socorros de estar en aquel puerto la escuadra que comandaba el teniente general don Blas de Lezo, cuyas tripulaciones y municiones se emplearon contra el enemigo desde el primer ataque al castillo de San Luis de Bocachica, y, retirándose a la plaza cuando el extremo obligó a ello, no cesaron hasta que, desesperanzados, los enemigos la dejaron libre. A más de este [socorro] tuvo también el de la tropa que se envió de España determinadamente para guarnecerla, y últimamente el de los dos jefes tan experimentados como don Sebastián de Eslava [virrey del Nuevo Reino de Granada] y don Blas de Lezo, todo lo cual le faltaba cuando estuvimos allí [de julio a noviembre de 1735], y aún le faltaba también la mayor parte de la guarnición que le correspondía por dotación.
3. La guarnición de Cartagena debía ser entonces de diez compañías de tropa reglada, de a 77 hombres cada una, incluso los oficiales, que componen 770 hombres. Esta era la [tropa] que le correspondía por dotación para guarnecer la plaza y las tres fortalezas principales exteriores, y aunque este número no es suficiente para que pudiera resistir a los insultos de enemigos en tiempo de guerra, juntas a éstas las compañías de milicias que compone el vecindario, [se] podía formar un cuerpo suficiente para hacer una defensa regular. En esta inteligencia estaría sin duda el ministerio de España, y con Justa razón confiado en el número de aquella tropa que en los pagamentos parecía completa, pero en la realidad le faltaba mucho para estarlo, pues era tan corto el número de soldados que había, que la mayor parte de las garitas estaban desamparadas, y los cortos puestos donde había centinelas no eran guardados con aquella formalidad y cuidado que corresponde, porque manteniéndose en ellos de plantón un mismo soldado por espacio de dos meses, y aun tres, sin ser dudado en todo este tiempo, la garita le servía de habitación para dormir, y todo el resto del día se estaba en la ciudad sin volver a ella si la casualidad no le llevaba por allí. Estos centinelas solían mudarse al cabo de un largo tiempo como el que queda dicho, pasando de aquel puesto a otro, donde sucedía lo mismo, y de ello se podrá inferir qué número de gente sería el de toda aquella guarnición, pues no sólo no había el necesario para mudar las guardias (aunque se hacía la ceremonia) y las centinelas a las horas regulares, pero ni aun para cubrir todos los lugares del recinto que ocupan las fortificaciones.
4. Lo mismo que sucedía en la plaza pasaba en las fortalezas exteriores, y, en unas y en otras, aun aquéllos tan poco soldados eran tales por su avanzada edad e intercedencias, que sólo haciendo el servicio de un modo tan descansado podían sobrellevarlo. Los únicos parajes donde había alguna formalidad era en las puertas, cuyas guardias se componían del oficial a quien pertenecía, un sargento o un cabo, y uno o dos soldados. En esto consistía entonces toda la [formalidad] del servicio que se hacía en aquella plaza, y éstas eran las fuerzas militares que tenía, cuya cortedad es en parte originada de los nuevos y más elevados pensamientos que conciben los españoles cuando van a las Indias, de que ha nacido que no tenga subsistencia la tropa que se envía de España, porque haciendo cada uno de los soldados idea de mayor fortuna, desertan los más, y pasando a lo interior del país, o introduciéndose al Perú, dejan el ejercicio de las armas y se dedican al comercio. Este desorden es tan difícil de evitar cuanto es más extendida y dilatada toda aquella América, que les sirve de asilo para no poder ser encontrados aunque se hicieran muy vivas diligencias en su seguimiento. La poca subsistencia que tiene la tropa que va de España, y la dificultad de completar el número con gente del país, que además de no tener disciplina y no ser propia para ella, no es la más reducible a la vida militar, parece que puede ser bastante disculpa para que fuese tan corto el número que había; pero ¿cuál será la que podría darse capaz de salvar el cargo de que, aun no llegando toda la guarnición a la quinta parte de la que debía haber por dotación, se pasasen las revistas por completas? De lo cual no sólo fuimos instruidos en aquella ciudad por algunos sargentos que nos aseguraron que aunque sus compañías pasaban por completas en las revistas, distaban tanto de estarlo que, entre oficiales y soldados, apenas llegaban a 15 hombres, y algunas tenían menos, sino que también lo reconocimos en algunas de las mismas certificaciones de las revistas que se envían a la Caja Real de Quito como descargo del situado que se remite de ella anualmente, en las cuales van siempre completas las compañías.
5. A1 respecto de lo que sucedía con la tropa era todo lo demás perteneciente a plaza, porque la mayor parte de la artillería estaba mal montada; en esto, empero, había remedado alguna cosa el gobernador, haciendo afustes para alguna parte, aunque corta, porque parece que no tuvo fondos entonces con que extenderse a más.
6. La plaza de Portobelo estaba en peor estado que la de Cartagena, porque al descuido y demasiada confianza de los gobernadores se agregaba la mala disposición del terreno y la contrariedad del temperamento. De lo primero nacía que las fortificaciones de aquel puerto no pudiesen ser regulares, porque empezando la planta de cada fortaleza desde aquel plano contiguo a la playa, se iban encumbrando después por las faldas de los cerros que les hacían espaldas, de suerte que la mayor parte de sus obras quedaban descubiertas, y con sólo batir éstas era suficiente para destruir la fortaleza y menoscabar la guarnición con las propias ruinas. De la contrariedad que se experimenta en aquel temperamento resulta que, siendo sumamente húmedo y cálido, no pueden tener subsistencia los afustes de la artillería, porque se pudren las maderas con facilidad y se abren con la fuerza de los soles; pero esto no obstante, si no acompañara a todo el descuido de los que mandan, no es tan pronta la corrupción de las maderas que dejen de permanecer cuatro o seis años capaces de servir, teniendo la precaución de darles alquitrán siempre que lo necesiten, porque es forzoso advertir que, al paso que el temperamento es tan húmedo y corruptivo, las maderas son también de más resistencia y solidez, como se experimenta con las caobas y cedros, que son los más comunes, y lo mismo con las de otras especies que son propias para el mismo fin. Lo que sucede es que al cabo de mucho tiempo, cuando ya están envejecidas las cureñas, ocurren a Panamá para que de allí se dé providencia a que se hagan, y cuando la han conseguido se contentan con fabricar un corto número, que es lo suficiente para que conste que se ha distribuido lo librado en el fin a que se destinó, y queda la mayor parte en el mismo estado que tenían antes que la Real Hacienda hubiera hecho el desembolso.
7. La guarnición de estas fortalezas, que eran tres (estando la ciudad abierta y sólo defendida de ellas), constaba de 150 hombres, con corta diferencia, los cuales se destacan de Panamá, la mayor parte de ellos de las milicias que tiene aquella ciudad, y se componen de mulatos y tercerones, a quienes se les socorre con el prest regular siempre que son empleados en destacamentos. Pero sucedía que, a poco tiempo de entrar en Portobelo, enfermaban, y se imposibilitaban totalmente para hacer ningún servicio, y aun los que estaban buenos no lo parecían en el semblante, y en la debilidad que demuestran exteriormente. En parte puede nacer esto de que, mudándose cada mes, nunca llega el caso de que se connaturalicen con el temperamento, como sucede con la gente que reside allí de continuo, la cual no enferma después de estar acostumbrada al temple, y se mantiene sana en él; pero esto no puede llegar a verificarse con la tropa, respecto a no haber gente patricia de que poder levantar y mantener la dotación de la plaza, porque en tiempo muerto no hacen residencia en Portobelo más que aquellas familias que están obligadas a ello por la precisión de sus empleos, excusándose el hacerla las que son de distinción; a proporción se experimenta entre las de las castas, pues luego que salen de negros, ascendiendo a contarse entre los blancos, dejan aquel país y se retiran a Panamá o a otra población de las de aquellas provincias.
8. La fortaleza de Chagres es de una situación admirable por estar fundada sobre un alto peñasco escarpado hacia la mar, desde donde domina el fondeadero preciso de las embarcaciones grandes, y cubre con sus fuegos, por otra parte, la entrada del río. Esta [fortaleza] no se hallaba en mucho mejor estado que Portobelo cuando estuvimos allí, aunque tenía el pronto recurso de ser socorrida por el vecindario de un pueblo, que, con el nombre de San Lorenzo de Chagres, está junto al mismo fuerte, y se componía como de 40 a 50 casas de paja, y de 350 personas de todos sexos y edades, de las cuales se podían sacar hasta 100 hombres de armas [entre] negros, mulatos y otras castas de que se componen las familias del pueblo, socorro bastante para la corta guarnición del fuerte, que se componía de 86 hombres en todo.
9. En lo demás de cureñas, municiones, y otras providencias, no se diferenciaba Chagres de Portobelo, y uno y otro no se hallaban en postura de hacer más defensa que la de empezar a resistir y [luego] rendirse por necesidad, porque les faltaba todo lo preciso para hacer otra cosa, y en semejante coyuntura es de poca o ninguna entidad la fortaleza o ventaja del terreno.
10. Tanto en la fortaleza de Chagres como en las que había en Portobelo notamos, no sin novedad, que todas las oficinas y alojamientos interiores eran de madera, siendo así que no hay embarazo para que lo fuesen de piedra, como las murallas de la fortificación, de ladrillos, adobes y aun de tapiales de tierra, cuyas materias son incomparablemente menos expuestas a los estragos del fuego, cuyos accidentes son tanto más comunes en las ocasiones de combates cuanto son materias inflamables y combustibles todas las que entonces se manejan. Por esto ha padecido la fortaleza de Chagres, particularmente en el año de 1670, cuando el pirata inglés Juan Morgan la atacó y tomó, lo que no hubiera conseguido si, prendiéndose fuego a las obras interiores de madera, no la desamparasen los mismos defensores. Y aunque esto tenga el obstáculo de que los costos serán muy excesivos si se hiciera todo de piedra, hay en contra el fácil recurso de poderlo fabricar de adobes o tapiales, y aun de ladrillo, pues no falta de qué poderlo hacer, ni piedra para la cal, mayormente en unos parajes donde tanto abunda la leña para cocerlos.
11. El estado que tenían aquellas plazas de la costa del mar del Norte estaba tan puntualmente conocido por los ingleses, que no ignoraban su debilidad y lo distante de los recursos para recibir socorros. Todo lo tenían tan prolijamente examinado que no les eran extraños los menores ápices de lo que allí pasaba, y con esta seguridad tomaron mayores alientos para hacer las empresas que han intentado en el discurso de la presente guerra contra aquellas plazas.
12. Ya quedan vistos en lo antecedente los motivos de habérseles frustrado sus designios en la de Cartagena: por haber recibido y hallarse con tan considerables socorros aquella plaza, sin los cuales era regular los hubiesen logrado. Y lo mismo se podría haber temido de la invasión que después intentaron contra Panamá el año de 1742, si no los hubiese hecho desistir de ella el temor [a] los refuerzos que les avisaron [había] recibido la plaza con lo cual desmayaron tan fácilmente que no se atrevieron a acometerla, y a no suceder así, hubiera sido muy factible que se hubiesen apoderado de ella mediante las buenas prevenciones que llevaban y las escasas con que se hallaba la plaza para resistirles, porque lo perteneciente a tren de artillería ni reconocía mejoras al de Portobelo ni excedía al de Chagres; las municiones eran muy escasas, y la gente que militaba en tan corto número que desde el primer golpe que hicieron los ingleses sobre Portobelo [desembarcando allí], fue preciso que [en Panamá] tomaran las armas los forasteros que se hallaban en la plaza, y que, haciendo guardia como la tropa reglada, ocupasen los puestos que debía llenar aquélla.
13. El virrey [marqués de Villagarcía] envió los socorros que pudo, según alcanzaban sus fuerzas, porque tampoco se determinaba a remitirlos a Panamá tan considerables que quedasen desmembradas las fuerzas de Lima totalmente y que no fuesen suficientes las que quedasen para resistir alguna otra invasión que pudiese sobrevenir, por la parte del mar del Sur, en el mismo Callao o en otro puerto de los que están inmediatos a aquella capital.
14. Vernon llegó a Portobelo con 2.500 hombres blancos y 500 negros de desembarco para ir a sitiar a Panamá, conducidos en 53 embarcaciones, y considerando que se agregarían otros muchos de voluntarios, [pensó que] en todo podrían componer cerca de 4.000 hombres, cuyo armamento fondeó en Portobelo el 15 de abril, pero hasta el 11 de junio no pudo salir del Callao el primer socorro que envió el virrey a Panamá, y consistía en dos compañías de a 50 hombres y algunos víveres, y así, en el intermedio que llegó, hubo tiempo suficiente para haber hecho el sitio de la plaza y para rendirla. En los dos meses y medio, o cerca de tres, desde que los enemigos entraron en Portobelo hasta que en Panamá se recibió este socorro, el mayor que tenía aquella plaza era el que le suministró la escuadra de los cuatro navíos y una fragata que había enviado el virrey en seguimiento de Anson, y fondeó en el Puerto de Perico el [22 de marzo], de la cual se habían sacado [unos] 35 hombres por navío para la defensa de la plaza, que en todos componían [150] hombres. Pero a Vernon se le pintó el caso de distinto modo, diciéndole que la escuadra se componía de cuatro navíos grandes (lo cual era cierto respecto del buque, pero no como él lo comprendió, porque ninguno excedía de 30 cañones, y éstos de un calibre muy corto), y una fragata que, conjeturando él sería de 50 cañones, sólo montaba 20, [y] de estos [barcos] le dijeron que habían llevado más de 500 hombres de desembarco; [las noticias le abultaron] la cantidad del socorro de un modo que, a no atropellarlas con temeridad, era forzoso mudar de dictamen y suspender la determinación. Pero en la realidad no era suficiente el socorro que la plaza había recibido, ni las fuerzas que tenía, para hacer una larga resistencia, ni cabía [tal] aunque se intentase socorrerla con todas las tripulaciones y municiones de los navíos, dejándolos desamparados en una ocasión tan crítica como aquella en que, si inquietaban los temores de que Vernon la atacase por tierra, no se temía menos que Anson la bloquease por mar, pues hasta entonces no se tenía noticia de su paradero.
15. En este conflicto se vio Panamá por falta de aquel regular estado en que se deben mantener las plazas en tiempo de paz, para que en los de guerra no experimenten algún mal suceso, ni se vean precisadas a tomar las precauciones cuando ya no hay el tiempo necesario para concluirlas, y ponerlas en aptitud de servir, y siendo aquélla la llave de los dos reinos del Perú y Nueva España, lo necesita mucho más que otras. Bien podemos condescender en que el no estar el tren en estado de servicio proviniese de que no hubiese habido caudal en el real erario para costearlo; que el no tener las municiones de guerra correspondientes naciese de no habérsele suministrado; que el no estar las fortificaciones tan perfeccionadas, de no haberse atendido a los informes de los gobernadores, cuando los han hecho para que se dé providencia, pero ¿qué disculpa se podrá encontrar de tanta fuerza que salve el descuido de no tener aquella plaza completa de guarnición de su dotación, siendo cosa cierta que nunca deja de recibir los situados regulares para sus pagamentos, los cuales se remiten de Lima indefectiblemente? Difícil será hallar salida a este reparo, y ésta la deberán dar aquellos a cuyo cargo esté la administración y dispendio de aquel caudal.
16. Panamá, aunque está cerrada de muralla de piedra y ésta se halla en buen estado, particularmente por la parte de tierra, no tiene por ésta, que es la que peligra mediante ser la única [por] donde se puede formar ataque, más resguardo que el de un simple foso, ni otra obra avanzada que la cubra; y así toda su fuerza consiste en esta muralla y sus bastiones, lo cual, una vez vencido, queda llana la plaza. Y no fuera ni difícil ni costoso con exceso fortalecerla con las obras que requiere, y pueden ponerla en estado de mayor fuerza, atento a no ser grande el ámbito en donde se pueden formar ataque contra ella, provenido de que la mayor parte del terreno se compone de playa peñascosa que queda anegada con las crecientes, y así reduce a corto distrito el firme que es contiguo a la muralla.
17. Entrando a registrar ya las plazas del Perú no será extraño que encontremos en ellas lo mismo que en las antecedentes, siendo en las Indias generales, y como característicos, los descuidos, de modo que, si bien se repara, las mismas flaquezas de que adolecen unas padecen otras.
18. Las plazas principales que tiene el Perú son: El Callao, que con harta lástima quedó últimamente destruido al ímpetu de las olas [el 28 de octubre de 1746]; Valparaíso, La Concepción y Valdivia; de cada una diremos lo que pudiéremos en particular.
19. Las fortalezas del Callao consistían en una muralla sencilla de piedra, guarnecida de bastiones o baluartes nada regulares, sin ningún foso, porque la calidad del terreno no lo permitía a causa de que, componiéndose todo él de guijarrería suelta y algún poco de tierra y arena por encima, luego que se cava cosa de tres o cuatro pies de profundidad, y en parajes mucho menos, se da en agua, y el suelo es de ninguna subsistencia. La artillería que coronaba estas murallas era toda de bronce, pero tan cansada que, en lugar de oídos, tenía agujeros de cerca de dos pulgadas de diámetro, de modo que al tiempo de hacer salva con ella dejaba de percibirse el estruendo de algunos tiros dentro del mismo Callao, porque la pólvora salía inflamada or los mismos fogones. Y de esta suerte estaba cuando legamos a Lima llamados de aquel virrey en el año de 40, el cual reparó este grave defecto haciendo que se echasen granos de hierro en todos. Y fue el primero de los encargos que en aquella ocasión nos hizo el virrey, el de reconocer si esta obra se ejecutaba con la precisión y acierto que se requería, en cuya forma lo practicamos, y vimos que se hacía con tanta perfección que no encontramos defecto en ella. Los granos tenían cerca de tres pulgadas de diámetro, y algunos menos, según lo requería la abertura que había hecho el fuego en el oído; entraban tan a fuerza de torno, que muchas veces se torció el que entraba antes de llegar a su lugar, y era menester volver a sacarlo para meter otro; después que quedaba ajustado se unía por la superficie cóncava, o alma del cañón, tan bien que, no formando más que un cuerpo con ella, parecía que se había limado por dentro para igualarlo. Con esta providencia volvió a quedar corriente toda aquella artillería, sin la cual, además de que hubiera sido de un costo exorbitante el refundirla, habría sido necesario mucho tiempo para ponerla en estado de servicio, cuando en la coyuntura lo que importaba más era la brevedad, por tenerse ya el aviso de que la escuadra de Anson estaba inmediata a entrar en aquellos mares, y [porque] allí se podía adelantar menos que en otro paraje la refundición, porque no hay casa determinadamente para ella.
20. Lo más particular en este asunto, y que se hace digno de notar, es el que se hubiese encontrado en aquellos parajes quién ejecutase esta obra con la formalidad que necesitaba, y más que esto, el que lo fuese un platero mestizo, cuyo nombre no merece quedar confundido en el olvido, el cual, sin haber salido de Lima, ni ser de profesión artillero, se ofreció a [hacer aquello para] lo que los mismos a quienes les pertenecía no encontraban recurso. Llámase este mestizo Francisco de Villachica, y por un precio tan moderado para aquellos reinos como el de 130 pesos, y algunos por menos, a proporción de los calibres, ajustó con el virrey cada grano, y los dejó en tan buen estado como el que hubieran adquirido refundiéndose.
21. La artillería del Callao se puso corriente entonces, y en estado de servicio, porque la urgencia lo pedía con instancia; pero no se hubiera atendido a ella si la evidente noticia de que pasaba a aquella mar una escuadra enemiga, no hubiera hecho atener a su reparo, con que si repentinamente hubiesen entrado en el mar del Sur algunos piratas o corsarios de fuerzas, como en varias ocasiones ha sucedido, absolutamente no tendría con qué defenderse aquella plaza, no habiendo en ella ningún cañón en estado de hacer fuego, porque el tiro que se hacía con ellos apenas tenía actividad para sacar el taco del cañón y dejarlo cae
allí inmediato; esto puede parecer exageración, pero varias veces lo notamos con no poca admiración.
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22. A1 mismo respecto que la artillería estaban sus afustes, pues había muchos tales que era menester ayudarlos con puntales para que pudiesen soportar el peso del cañón [afustes] tan consumidos con el tiempo que estaban incapaces de hacer un solo tiro, algunos con una sola rueda muy descuadernada y mantenido el eje por la otra parte con una banqueta, otros con la mitad de las gualderas desechas, y los menos malos sin los herrajes correspondientes o tan gastados que los pernos de traviesa parecían hilos. El mismo motivo que hubo para reparar la artillería obligó a que se fabricasen cureñas para toda la muralla, y aunque se empezó esta obra en aquel mismo año [de 1740], aún no estaba concluida en el de 1744, que dejamos los reinos del Perú.
23. La inmediata presencia del virrey, con que logra aquella plaza el ser visitada de continuo por él, parece que debería contener el fraude de la guarnición y que no fuese como en aquellas que se hallan distantes de su vista, pero no sucede así, porque si lo hay grande en éstas, no es menor el que se experimenta en El Callao. Tiene éste por dotación siete compañías de a 100 hombres de infantería, y otra de artillería que se compone de un teniente general de artillería, un capitán, dos condestables principales, 10 ordinarios, dos ayudantes y 70 artilleros. Esta dotación es la suficiente para guarnecer aquella plaza, porque aunque de ella se destaca la guarnición de Valdivia, que consiste en una compañía que se remuda anualmente, y asimismo la tropa que llevan los navíos de guerra siempre que salen armados, como se agregan después las milicias y tropa que se levanta de nuevo según lo pide la ocasión, es muy correspondiente el número que le queda para que, acompañado del que se le introduce, no tenga nada que temer. Pero es tanto el fraude, que pudiera tomarse a buen partido que estuviera existente la cuarta parte, siendo así que para el rey lo está toda, porque en las revistas parecen completas las compañías, y esto se hace con tal arte que, aunque el virrey asista a ellas, no le es fácil conocer la falta.
24. Aunque El Callao tiene un gobernador particular, no asiste éste en la plaza si no es cuando la urgencia de la ocasión le obliga a ello, porque siendo al mismo tiempo cabo principal de las armas de todo el Perú, le precisa la asistencia de este empleo a tener la suya en Lima de continuo, y en su lugar gobierna El Callao un maestre de campo, que viene a ser como el teniente de rey de la plaza; al cargo del que ocupa este empleo están las compañías de infantería, y corre con la de artilleros el teniente general de la artillería. Lo que sucede en unas y otras es que ocurren de Lima todos aquellos oficiales, y aun maestros, que trabajan en los oficios mecánicos de la ciudad, como plateros, pintores, escultores, zapateros, sastres y otros semejantes, a sentar plaza, bien sea en la artillería o bien en la infantería, no con el fin de servirla, sino con el de gozar del fuero militar y verse libres por este medio de las persecuciones de los alguaciles de justicia o de algunas pequeñas pensiones de otros jueces; para esto hacen el convenio de dejar todo el sueldo al oficial principal a quien corresponden, y quedan éstos con el título de soldados o artilleros privilegiados. Llega el caso de hacerse la revista y, concurriendo todos al Callao, se presentan las compañías tan completas que nunca falta un hombre, siendo así que los que verdaderamente tienen de servicio no exceden de 25 a 30 hombres, y todo el resto es ingreso de los que cometen el fraude. Es éste tan considerable que siendo a razón de 15 pesos por mes el prest de cada soldado de infantería, se puede juzgar por él a lo que subirá la suma que resulta, aun cuando no se supusiera más que la mitad de la tropa. Los artilleros, aunque muchos menos en número, tienen prest más crecido, y ha llegado a tanto el abuso en esta compañía, que se experimenta allí al contrario de lo que sucede en Europa, y es que aun aquellos que solicitan serlo y servir la plaza, a más de haber de dar ellos un tanto por la entrada al teniente general por modo de regalo, hay ajuste entre los dos, y se convienen en lo que el condestable o artillero ha de ceder mensualmente al teniente general, del prest que el rey les da; este ajuste se hace conforme la ocasión y pretendientes a la plaza vaca, ya a la mitad, o ya a la tercera o cuarta parte. Esto que decimos no ha sido sólo informe que nos hayan dado en aquel reino, sino lo que hemos tocado y visto, a fuerza de experiencia, en el mismo Callao y Lima.
25. Un reparo que se puede ofrecer consiste en averiguar el modo que tienen para componerse habiendo de enviar completos los destacamentos que se remiten a Valdivia. Pero esto tiene tantas salidas que no les sirve de embarazo, y así, cuando se llega el tiempo de enviarlos, se recluta otra tanta gente como la que va, y muchas veces suelen ser los mismos recién reclutados los que componen el destacamento completo, sin que en él se incluya algún soldado disciplinado, y así no hay motivo para que se altere el orden regular en El Callao. Pero aunque se logre el enviar a Valdivia el destacamento completo, salga éste así del Callao y entre del mismo modo en su destino, apenas llega, empieza a conceder licencias aquel gobernador, con tanta prontitud que hemos visto volver algunos en el mismo navío que los llevó, y sólo reserva a aquellos que son muy precisos para la plaza. De tal suerte que, sin haber muerto en Valdivia, son tan cortos los que retornan al remudarse el destacamento que, por lo regular, se reducen a los oficiales, sargentos, cabos y algunos pocos soldados.
26. Este fraude de las guarniciones es una dolencia tan envejecida en aquellos reinos, que se practica en ellos con tanta libertad y desahogo como si fuera precepto de las ordenanzas militares el que se ejecutara, y está tan cundido el vicio entre los que mandan y los que debían celarlo, que con dificultad se podría reformar sin tomar para ello tales providencias que no quedase raíz de este desorden capaz de volver a inficionar a los que nuevamente van de España a ocupar aquellos empleos.
27. Volviendo a la plaza del Callao para concluir con sus noticias, era su fundación, antes que el efecto de este último terremoto la hubiese del todo aniquilado, tal que continuamente padecía con los embates del mar. Esto sucedía por aquella parte que correspondía a la marina, por la cual tenía ya robado el batidero de las aguas una gran porción de lo que antiguamente fue plaza, y cada vez iba robando de nuevo, en cuya oposición era forzoso mantener estacadas y redientes, a fin de que con ellos se guareciese del peligro. En esta fábrica y manutención se embebían crecidas sumas de dinero de la Hacienda Real, y nunca bastaban para conseguir el fin, porque todo cuanto se trabajaba en el verano, lo desbarataba y deshacía la resaca del invierno, y era menester volver a empezar de nuevo y trabajar continuamente sin ningún fruto; en esto se consumía la gran cantidad de mangles que se lleva de Guayaquil anualmente por cuenta del rey, que es en lo que pagan el tributo todos aquellos indios pertenecientes a la jurisdicción de este corregimiento, y vecinos a los parajes donde se hacen los cortes. Cuyo expendio se podría evitar dándole a la plaza otra nueva situación en tal paraje que, aunque distase de la playa alguna cosa, no le faltasen las ventajas que tenía en el que ocupaba de cubrir el puerto con sus fuegos, y se quitaba la ocasión de que, además de lo que legítimamente se consumía en estas continuas obras, que nunca cesaban, se evitase la pérdida de lo que se extraviaba, tanto en mangles como en jornales, lo cual podía montar sumas muy considerables.
28. El único perjuicio que puede resultar de retirar alguna cosa hacia adentro la plaza del Callao, apartándola de la playa, es para el comercio, porque estando allí las bodegas o almacenes en donde se reciben todos los frutos y géneros que desembarcan, bastaban los negros esclavos para conducirlos desde los muelles a su destino. Pero si se aparta de allí, será forzoso hacerlo en carros o recuas, y todo consistirá en un poco más de trabajo, pero no en atraso ni pérdida, porque cada bodega tiene recuas de mulas propias para hacer las conducciones a Lima, y con estas mismas la podrán hacer desde el muelle al paraje en donde se situase la plaza nuevamente.
29. La plaza de Valparaíso, aunque consistía sólo en un fuerte grande construido sobre una eminencia que se señorea de todo el puerto y, principalmente, del fondeadero de los navíos, es la única que se hallaba en buen estado y disciplina. Mucha parte de su obra es moderna, hecha por el celo del presidente que entonces mandaba el reino de Chile, el teniente general de los ejércitos don José Manso; su artillería y afustes estaban en un estado muy bueno; la guarnición que entonces tenía era, la mayor parte, del segundo batallón del regimiento de Portugal, que se había enviado a aquel reino a solicitud del mismo presidente y a efectos de las representaciones que tenía interpuestas, hecho cargo de que la tropa reglada del propio país no sirve con la puntualidad que la disciplinada en el ejército, pero no obstante esto, tenía una pequeña guarnición de tropa de las milicias de aquel reino, al sueldo, y además de ésta tienen aquellas fortalezas el recurso de las milicias que componen los vecindarios de las poblaciones y campañas circunvecinas, para ocurrir a las armas en caso necesario. Por tanto, la guarnición, como asimismo la fortaleza, son muy suficientes para defender aquel puerto y tener a cubierto la población que, según se ha dicho en la segunda parte de la Historia del Viaje, es muy reducida y sólo sirve de escala para el comercio de frutos que pasa de aquel reino al Callao, pero siendo de grande entidad aquel puerto por el crecido tráfico que, con este fin, se hace en él bajando a sus almacenes todos los [frutos] que se cogen en las campañas de Santiago para embarcarse, con madura reflexión puso todo su conato el presidente en fortalecerlo bien, conociendo la mucha necesidad que tenía de estar en el mejor estado de defensa que puede permitir la mala disposición del terreno.
30. Pasando, pues, a la tercera plaza de armas de las que regulamos como tales en aquellas costas del Perú, será preciso entrar a reconocer la de La Concepción. Esta no tiene más que un fuerte, situado a la parte de la marina, que defiende o hace frente a uno de los dos fondeaderos que hay en aquella bahía, nombrado el puerto de Cerrillo Verde, el cual está tan inmediato a la ciudad que dista de ella poco más de media legua. El fuerte consiste en una batería sencilla, muy reducida y dominada de varias alturas que circundan el todo de la población, de modo que haciendo desembarco en Talcaguano, que es el puerto principal y dista de La Concepción cosa de dos leguas y media o poco más, se puede entrar en la ciudad sin que la batería o fuerte lo estorbe, atento a ser aquélla abierta por todas partes. Su principal defensa consiste en el crecido número de milicias que, en poco tiempo, se pueden juntar en ella, porque todos los vecinos que habitan en las campañas de su pertenencia están alistados, formando distintas compañías, y con el más leve rumor, bien sea de indios, porque los de Arauco, aunque se hallen de paz, suelen quebrantarla repentinamente, o bien sea de piratas o corsarios que intenten atacarla o sorprenderla para practicar en ella sus comunes hostilidades, se juntan todas y acuden inmediatamente a su defensa.
31. La mayor parte o casi todas estas milicias son de caballería, proviniendo esto de que toda aquella gente está tan habituada a andar a caballo que es cosa rara verlos a pie ni en los campos ni en la ciudad, aunque sea muy corto el tránsito que hayan de hacer, y de que es tanta la abundancia de caballos que cría y tiene aquel reino, que no hay hombre, por pobre que sea, a quien le falten uno o dos, logrando la oportunidad de su cómodo precio y la de su manutención, que no les cuesta nada porque la lozana fertilidad de los campos se los mantiene. Pero aunque estas milicias componen un cuerpo de tropas bíen crecido, padecen la falta de no usar todos armas de fuego, sino lanzas largas con medias lunas de acero en el un extremo, y aunque son diestros en su manejo y sumamente prontos en el de los caballos, no se pueden juzgar capaces de hacer resistencia formal a algún cuerpo de tropas regladas que se les presentara con la ventaja de armas de fuego.
32. Son dependientes de La Concepción los fuertes que están en las fronteras de Arauco y Tucapel, los cuales son también muy reducidos, porque no necesitan ni de gran capacidad, ni de mucha obra de fortificación, ni de grandes fuerzas para el fin que tienen, que es el de contener a los [indios] infieles.
33. En La Concepción no milita la misma paridad [que en los fuertes de la frontera], porque aquélla es una bahía admirable por sí, el territorio abundante de muchas minas, como se dirá en su lugar, y fértil con arrogante vicio, según queda expresado en la descripción que se ha dado en el segundo tomo de la historia de este viaje, cuyas inestimables circunstancias están tan especulizadas por los franceses como la poca dificultad que puede haber en apoderarse de ella. Con que es muy dable, según los buenos deseos que las naciones extrañas han tenido en todos tiempos de hacer colonias en aquellas partes, que si se les proporciona la ocasión, no la desprecien, y una vez que lo consigan no será tan fácil desalojarlos, atento el estado en que al presente se hallan aquellos reinos.
34. No sería preciso, para poner aquella ciudad en un estado bueno de defensa, cerrarla de murallas, haciendo un costo tan crecido como el que se ocasionaría en ello, ni convendría tampoco, porque estando aquel país tan expuesto a los estragos de los terremotos como el de Lima, según lo acreditó en La Concepción, y en todo aquel reino, el que padeció el año de 1730, y otros más antiguos, sería hacer fortalezas sin seguridad de su permanencia, y lo más sensible en este caso sería, sobre su crecido costo, la tardanza que era preciso padecer hasta volverlas a reedificar, aun cuando no hubiese escasez de dineros. Por esta razón son superfluas muchas obras de fortificación, y sin ellas pudiera defenderse muy bien haciendo que se fabricasen dos medianos fuertes, o tres; el uno ocupando la altura que más domina la ciudad, con atención a que cubriese sus avenidas; el otro en Talcaguano, donde parece que es inexcusable, respecto de ser aquel puerto el regular donde pueden fondear los navíos y hacer el desembarco, y el único que tiene agua, y si se quisiese, podría fabricarse el otro sobre el Cerrillo Verde, que es el puerto de buen fondeadero que está inmediato a la ciudad, para que su artillería lo cubriese a buena distancia.
35. En otro país que no fuera en Chile, pudieran ser menos practicables estas fortalezas si se atendía más al crecido expendio que se había de tener en mantener sus guarniciones que a su necesidad. Pero en este de que se trata se allana y facilita con el recurso de las milicias, porque señalando para la defensa de cada uno aquella gente que tiene sus habitaciones en la inmediación de ellos, sabrían que habían de acudir al que le correspondía, y así como ahora se presentan en campo raso, entonces lo harían a un fuerte, que por endeble que fuese no lo sería tanto como no habiéndolo, y para cuando no se ofreciese motivo de acudir a él las milicias, sería bastante una compañía de 25 a 30 hombres al sueldo, que guarneciese cada uno y cuidase, al mismo tiempo, del tren y armas que le pertenecían.
36. La fortaleza que actualmente tiene La Concepción está guarnecida de artillería de bronce, cuyo número, aunque no es grande, es suficiente y proporcionado a la capacidad de su recinto. En el año de 1743, que fue en [el] que la reconocimos, estaba así la artillería como las cureñas y demás cosas pertenecientes al tren, en buen estado, y se habían hecho en lo interior de la misma fortaleza algunas obras buenas, por disposición del gobernador de aquel reino, don José Manso; su guarnición era también proporcionada, y se componía de gente del país, disciplinada y al sueldo. No tuvimos noticia de que en ella hubiese el desorden que en las otras plazas, y no es extraño, porque con el motivo de residir allí los seis meses del año el presidente de Chile, y ser muy celoso el que entonces ocupaba este empleo, no daba lugar a que hubiese fraude. Pero no obstante esto, como su presencia no podía estar en todas partes, no dejaba de experimentarse alguno en las guarniciones de los fuertes de la frontera, según nos informaron, en el año de 1744, los cabos destacados en ellos, pero aun en éstos no era comparable el que había al que se experimentaba en las otras plazas de que hemos hecho mención.
37. La última plaza de las propuestas es la de Valdivia. Y aunque no se nos proporcionó ocasión de llegar a ella, es tan grande el desorden que allí se practicaba que no puede hacerse disimulable a ninguna inteligencia. Con el motivo de haber tratado con varias personas que por repetidas veces han estado allí, logramos el instruirnos, bien por menor, en los asuntos más principales. Pero como suele adelantar muchas veces la ponderación, o la malicia, a lo que reconoce la imparcialidad, abultando los asuntos hasta tal punto que convierte en gravedad lo que intrínsecamente suele ser delito tan pequeño que sea digno del indulto de la disimulación, nos es forzoso hacer antes la protesta necesaria, advirtiendo que lo que podemos decir tocante a esta plaza va fundado en las noticias que nos dieron de ella, y debajo de este supuesto lo podremos hacer, dispuestos siempre a confesar que tal vez a mejores informes y noticias deba ceder nuestro juicio la vez, [siempre] que aquéllas aparezcan en la forma y seguridad correspondiente.
38. Está fundada Valdivia dentro del río que llaman de Quiriquina y en la costa Oriental de él, distando de la embocadura del río cosa de diez leguas. Por la parte de tierra cierra a la población una muralla guarnecida de baluartes y resguardada de un foso, que es muy suficiente para defenderse, no solamente de los indios infieles, sino de cualquiera invasión que los enemigos puedan proyectar contra ella. Pero, aun siendo las fortificaciones que cubren la ciudad tan bien dispuestas, no son éstas las que hacen fuerte aquella plaza, sino las que defienden la entrada del río, para cuyo fin tiene cuatro fuertes tan bien dispuestos que, jugando entre todos más de 100 cañones de buen calibre, ha de vencer los fuegos de todos ellos la embarcación que quisiere tomar puerto, y sin conseguir este triunfo no puede hacer desembarco en ninguna parte, porque las costas marítimas que corren al Sur y al Norte son tan bravas y altas, compuestas de peñasquería escarpada, que en ningún paraje lo permiten.
39. En la costa del Sur, luego que se estrecha la entrada del río, tienen su situación dos fortalezas. La más Occidental y exterior se nombra Castillo de Amargos, y la más Oriental, que está ya dentro del primer paso estrecho de la entrada, la del Corral, entre las cuales forman un puerto con este mismo nombre, y en él no están menos sujetas a los cuatro fuegos de las fortalezas las embarcaciones que fondean en él, que al tiempo de ir entrando. La costa marítima del Norte con la Occidental del río, forman una punta que, con la que ocupa el Castillo de Amargos, hace la entrada del río, y en ella hay otra fortaleza nombrada Castillo de Niebla. Entre ésta y la fortaleza del Corral se halla una isla que hace frente al canal de la entrada, y en ella está fundado el Castillo de Mancera, de modo que la defiende en cuanto puede alcanzar el tiro. Entre las cuatro fortalezas montan 108 cañones, que defienden la entrada del río, y, con ésta, la de la ciudad. No se permite que entre embarcación de gavías sin que primero esté reconocida y asegurado de ella el gobernador de la plaza, cuya disciplina no se observa en los demás puertos, pues todos están abiertos y así viene a ser éste el único cerrado que hay en aquellas costas y el único también que está fortalecido con la formalidad y circunstancias que se requieren para no tener que temer en ningún caso o accidente.
40. La tropa reglada que guarnece las fortificaciones de esta plaza es destacamento que se hace de las de Lima. Pero además de ésta compone su vecindario distintas compañías, unas de tropa reglada al sueldo y otras de milicias, porque siendo presidio cerrado, están obligados a tomar las armas en caso necesario todos sus moradores, cuyas familias no dejan de ser ya en crecido número. Fuera de esto recibe los delincuentes de todo el Perú, y con ellos se hace el trabajo que necesitan las fortificaciones para sus reparos.
41. Mantiénese esta plaza con dos situados que recibe anualmente; el uno se le despacha de Lima, que consiste en el dinero y géneros necesarios para el pagamento de toda la guarnición, gobernador y demás oficiales de la plana mayor; y el otro, de víveres, que le suministra el reino de Chile. Pero uno y otro vienen a resultar y resumirse en utilidad del gobernador, por causa del pernicioso abuso que entre ellos tienen establecido con la autoridad despótica de ser absolutos y de estar retirados del conocimiento de los superiores, para que no sea fácil se corrijan los desórdenes de su conducta.
42. Está dispuesto que la mitad o tercera parte del importe de este situado que se remite de Lima, vaya en géneros de mercaderías y que, al mismo respecto, se repartan en Valdivia entre los acreedores a él, para que, con esta providencia, tenga aquella gente de qué vestirse cómodamente y no carezca de una cosa tan precisa por habitar en paraje donde no se hace ningún comercio, y por esto les sería forzoso a sus habitantes enviar o ir a comprarlos hasta Lima, cosa que no es practicable ni regular; por lo cual se repara [esto] con la acertada disposición de dar a cada uno la parte proporcionada de lo que ha de percibir, en géneros de ropa, y lo restante en dinero. En esta forma está dispuesto que se haga, y aunque las remisiones se practican así, no se cumple el fin al tiempo de la entrega, porque los gobernadores se apropian el todo de las mercancías, aunque excedan sobresalientemente a lo que les pertenece por sus sueldos, y pagan a las guarniciones y demás personas que gozan sueldos por el rey en dinero. Después abren sus tiendas, en las cuales ponen cajeros, y, dando a cada género todo el valor que quieren, dentro de corto tiempo quedan hechos dueños de todo el dinero del situado, porque como toda aquella gente está necesitada de lo preciso para vestirse, no tiene más recurso que el de las tiendas del gobernador, ni puede eximirse de pasar por el exceso de los precios que éste impone a aquellos géneros. Con cuyo arbitrio, los gobernadores se aprovechan de todo el situado, consiguiéndolo de tal modo que, al cabo de dos años de estar en el gobierno, son acreedores a él por entero, porque ya entonces están adeudados con ellos todos los de aquel vecindario. De cuyo modo, que es el más injusto y tiránico que se puede imaginar, sacan de aquel gobierno unos caudales tan crecidos como es notorio, sin haber llevado a él otro principio más que el del empleo, el cual tiene fama en todos aquellos reinos por lo mucho que adquieren en él los que lo sirven.
43. De este voluntario pagamento sólo se eximen los que tienen empleos superiores, a quienes, como por modo de gracia u obsequio, conceden los gobernadores aquella parte que les pertenece en géneros. Pero como éstos son pocos, la mayor parte de aquella gente está precisada a pasar por el rigor de la ley que impone el gobernador.
44. Se acordó la providencia de que se enviase a Valdivia una parte del situado en géneros de ropa, con tan madura reflexión que, conociendo la urgente necesidad de ella, se dispuso que interviniesen los mismos oficiales reales de Lima y un apoderado que tiene en aquella ciudad la plaza, para solicitar el situado a su tiempo y hacerse cargo de la compra de los géneros, cuyas facturas se remiten para que, por el tanto del costo, se repartan después en aquellos a quienes legítimamente les pertenezca. Pero toda esta formalidad queda desvanecida después que entra en aquella plaza, y sólo sirve para que el mismo gobernador arregle sus ganancias sobre el costo principal.
45. Casi lo mismo que se practica con el situado de Lima, de dinero y ropas, se ejecuta con el de La Concepción, que es de víveres; y aunque no con tanto rigor como aquél, no se diferencia en mucho el método que observan los gobernadores en su expendio. Pero lo que se ofrece en esto de más particular es que el costo del transporte del situado de Limase hace a expensas del mismo [situado], y por prorrata se le descuenta a cada uno el tanto por ciento de él, como si efectivamente hubieran de percibirlo en la forma que les corresponde, con que entre todos vienen a costearle al gobernador el flete de los géneros para que los tiranice con ellos. Lo mismo sucede con el de víveres, para cuyo transporte mantiene Valdivia una embarcación cuya madera la cortan y conducen al astillero los forzados y algunos indios que mantienen la plaza; y entre los carpinteros, herreros y calafates que el rey tiene en ella, se fabrica y carena cuando lo necesita, como cosa que pertenece a la plaza y no al gobernador. La misma gente que sirve al rey en ella va en la embarcación y luego que llega con los víveres al puerto, se hace dueño de ellos el gobernador, guardando el mismo régimen que con el otro situado para con las personas que obtienen los primeros empleos, y lo que distribuye en todos los demás es por unos precios tan levantados como los quiere imponer su codicia.
46. Aún no son éstas dos las únicas vías de ingreso que tienen aquellos gobernadores, porque como el fin de sacar más y más crece a proporción que [se] enriquecen, haciendo, como en la hidropesía, vicio el desorden, no dejan arbitrio por donde no se introduzcan las máximas de adquirir, y puesto en ello todo el cognato, es esto lo que arrastra su primera atención. Con este fin tienen continuamente ocupados a los desterrados en el corte y conducción de una madera que llaman allí lumas, y tiene gran consumo y estimación en Lima por su buena calidad y, principalmente, por la de ser sólida y cimbrosa, y apartándolos del principal destino de ocuparse en los trabajos de las fortificaciones, los reducen a esclavos propios; con el mismo [fin] emplean a los indios, y parece que cuanto encierra en sí aquella plaza debe conspirar a la propia utilidad del gobernador para que se enriquezca a expensas del vecindario, de la tropa, de los indios, de los forzados y aún del propio rey, pues hasta los oficiales de carpinteros y herreros que se mantienen allí, trabajan todo el año en su provecho.
47. Para mayor convencimiento del mucho desorden que hay en aquella plaza sobre este particular, podrá servir de ejemplo lo que sucedió con el que la gobernaba ínterin estuvimos en aquel reino. Este se hallaba en los últimos años de su gobierno, y habiendo seguido el régimen que halló establecido por sus antecesores, parece que, con algún celo cristiano, escrupulizó en el modo de conducta que había tenido para hacer un caudal muy crecido que tenía, y deseando reparar los perjuicios que para esto había causado a todo el vecindario, repartió entre él 40.000 pesos de su caudal propio, cuya cantidad aunque fuese corta respecto de lo mucho que se había utilizado, fue muy considerable para aquella gente, que nunca había experimentado igual liberalidad en sus antecesores.
48. Asentado, pues, que los gobernadores de Valdivia tengan una conducta tan extraviada como la que se acaba de ver, ¿qué buen celo al servicio de su rey se puede esperar de ellos? Pues aun cuando no hicieran injusticia, ninguna consideración bastaría para que se pudiese [confiar en] ellos al ver embebida su atención en el comercio y en el modo de hacer caudal para quedar ricos; agréguese ahora a esto la tiranía con que tratan a toda aquella gente que es dependiente de su mando, y se conocerá cuán apartada es su conducta de la que deberían tener.
49. Estos grandes desórdenes, regulares en Valdivia, dieron ocasión a don José Manso, ínterin que gobernaba los reinos de Chile, para representar a S. M. [el 28 de febrero de 1739], lo que le pareció conveniente a fin de contenerlos. Y se mandó en su consecuencia que aquella plaza se agregase a la jurisdicción de los presidentes de Chile, y que estuviesen sujetos a éstos los que la gobernasen; cuya providencia fue en todo acertada, así para el fin de estorbar la extraviada conducta de los gobernadores, como porque estando [más] inmediata [la plaza] a [la capital de] este reino, puede el presidente providenciar en lo que necesite con más prontitud que si hubiera de ocurrir a Lima, que era de donde dependía antes y suministrarle lo necesario cuando lo pida la ocasión.
50. La comunicación de esta plaza con el reino de Chile se hace por tierra cuando hay paces con los indios de Arauco y Tucapeles, pero cuando están de guerra contra los españoles, queda interceptada esta vía, porque el camino hace paso por sus tierras, atravesándolas. Los situados de víveres que se le suministran se llevan siempre de La Concepción por mar, y se hace esto en el verano, porque en entrando el invierno no es practicable aquella navegación, lo cual proviene de los nortes, como tenemos ya notado en el segundo tomo de la Historia.
51. Además de estas cuatro plazas que tiene el Perú en las costas del mar del Sur, hay fortalezas en otros puertos de las mismas costas, pero tan reducidas que son sólo unas pequeñas baterías; tales son las de Guayaquil, Palta y Arica. Pero en los [lugares] de Ilo, Pisco, Cobija, Copiapó, Coquimbo, y algunos otros que son muy buenos puertos, no tienen ni aún la pequeña defensa que aquéllos. Con que todos ellos están expuestos a los primeros peligros de cualquiera endeble invasión, si bien es preciso reparar que de sus reducidas poblaciones pueden sacar poco fruto los piratas o enemigos, porque son muy cortas y pobres, y nunca se pudieran guardar bien por serradas abiertas la mayor parte de ellos, y poder hacerse desembarco en varios sitios. Pero entre los tres [puertos] primeros está el de Guayaquil, que necesitaba tener defensa con formalidad por las circunstancias que en él concurren.
52. En la descripción particular de esta ciudad y su río queda dicho lo correspondiente al paraje que ocupa, su situación en el río del mismo nombre y los puertos que tiene, tanto en la isla de La Puná, que está en la medianía de su desembocadura, como dentro del mismo río, [en paraje] inmediato a la ciudad, por cuya razón no será necesario volverlo a repetir aquí, y así podremos continuar lo que resta sobre el particular de esta ciudad, para que se venga en conocimiento de lo importante que es el que este puerto se guarde como uno de los más principales que tiene la mar del Sur en las costas del Perú.
53. Es tal la disposición o planta que tiene Guayaquil que aunque por tierra no puede ser invadida a menos de hacer desembarco en la misma ciudad, porque la naturaleza del terreno, todo él pantanoso, no lo permite, por agua tiene tres avenidas tan peligrosas que cada una necesita ser guardada en particular. La primera es la del río principal, la cual no es la de mayor cuidado, porque siempre que intenten entrar por ella los enemigos, han de ser sentidos con tanta anticipación que darán tiempo bastante para que las milicias que forma aquel vecindario se dispongan a recibirlos. La segunda y tercera son un brazo del mismo río y un estero; aquél, a quien llaman el Brazo de Santay, que teniendo la una boca cosa de leguas más abajo de la ciudad, en la orilla opuesta a la que ocupa ésta, va a corresponder con la otra [boca] precisamente a la medianía de la población, de tal suerte que, sin ser sentidos, pueden tomar su derrota haciendo tiempo a que entre la oscuridad de la noche y, manteniéndose cubiertos al abrigo de la misma isla de Santay, sorprender con gran facilidad la ciudad, pues con sólo hacer la travesía del río se hallan dentro de ella, sin que en este caso puedan servir las fortalezas para defenderla. La tercera, que es el Estero Salado, tiene la entrada en la costa que corre de isla Verde hacia el Occidente, formando por aquella parte la ensenada de La Puná; éste va a fenecer a espaldas de la ciudad, y tan cercano a la Ciudad Vieja que sólo dista de ella cosa de un tiro de escopeta, o poco más. Con que viene a quedar la ciudad expuesta a estas tres avenidas, las cuales, correspondiendo a distintas partes, no pueden ser guardadas sin fortalezas particulares que defiendan el paso de cada una, pues como ya se ha experimentado, se ha visto sorprendida de enemigos y saqueada, cuando su vecindario estaba más pronto para la defensa, por haber tenido ocasión de introducirse en sus botes y lanchas por el Estero Salado, facilitándolos la noticia de esta entrada, y conduciéndolos por ella, un mulato que, sentido de algunos agravios que le habían hecho sujetos de la ciudad, se valió de esta ocasión para vengar su encono. Y por esto, los piratas que se mantenían en La Puná ya sin ánimo de continuar la invasión por saber que Guayaquil estaba prevenida para recibirlos, hallando coyuntura de sorprenderla, se aprovecharon de ella de tal suerte que, ínterin estaba su vecindario esperándolos en un fuerte que correspondía al río principal, llegaron favorecidos de la oscuridad de la noche y se apoderaron de todo tan a su salvo que, cuando los otros fueron sabidores del caso, sobresaltados con la repentina noticia y alboroto, no les quedó más arbitrio que el de huir y dejarles el fuerte. Y aunque algunos se retiraron a otra pequeña batería que había en [la] Ciudad Vieja, después de una corta resistencia se vieron precisados a entregarla. Este caso sucedió el año de 1709, y fue saqueada la ciudad por Guillermo Dampierre y Roggier, que mandaban dos fragatas de 20 a 30 cañones.
54. Con el motivo de esta última guerra que aún existe se fabricaron en la ciudad dos fuertes uno guarneciéndola por la parte del río principal, y otro haciéndole guardia por la del Estero Salado. El primero tenía bastante capacidad, pero estaba mal proveído de artillería, siendo la causa de esto que [habiéndose] enviado por el virrey de Lima la que había, se reducía ésta a unos cañones de hierro desfogonados, tan viejos e irrgulares en sus calibres, y en tan mal estado, que sólo la necesidad de no haber otros podía obligar a servirse de ellos; el fuerte que defendía el desembarco por el Estero Salado no tenía artillería, y sólo venía a servir de que se recogiese en él la gente para hacer fuego a cubierto con la fusilería. Uno y otro son de madera, pero de tal calidad que es incorruptible debajo del agua y en el lodo o cieno, a lo cual obliga la naturaleza del terreno que por ser todo él cenagoso, y de una tierra tan esponjosa que con los primeros aguaceros es bastante para que se convierta en ciénaga, no permite que se puedan hacer obras de cantería.
55. Además de estos dos fuertes se conserva todavía la batería de la Ciudad Vieja, situada en el extremo de ella. Esta es de piedra, porque el terreno que ocupaba de antes la ciudad principal (y se llama hoy Ciudad Vieja) es cascajoso y sólido, y así se podía fabricar en él con las materias más consistentes, [lo] que no permite el que ocupa al presente la nueva ciudad; su artillería consistía en tres cañones o cuatro, muy pequeños, y en tan mal estado como los que había en el fuerte principal. Ninguno de estos dos [fuertes] pueden defender perfectamente la ciudad [por dos motivos]; lo uno porque la boca de Santay corresponde a la medianía de los dos, y lo otro porque aunque aquella boca se cerrase, teniendo el río por aquella parte más de media legua de ancho, y siendo sus orillas tan pobladas de manglares que aun de día se hace dificultoso distinguir las canoas que navegan inmediatas a ellos, confundiéndolas las muchas ramazones de estos árboles y sus hojas, no hay inconveniente para que las embarcaciones de enemigos entren navegando contra aquella orilla, esperando para ello que los favorezcan las sombras de la noche y, atravesando después el río por frente de la misma ciudad, entren en ella sin dificultad.
56. La toma de Palta por el vicealmirante Anson, y los recelos de que adelantase sus ideas hasta Guayaquil, dieron motivo a la Audiencia de Quito para que, entre otras providencias para su socorro [dadas en diciembre de 1741], fuese una la de encargarnos el que pasásemos a aquella ciudad a disponer lo que pareciere más conveniente para su defensa. Y con esta ocasión fue preciso examinarla toda con algún más cuidado y reflexión que el que hasta entonces se había tenido, pasando don Jorge Juan a reconocer todo el Estero Salado, cuyo brazo es tan considerable que, en las cuatro leguas que navegó por él desde la ciudad hacia su boca, encontró siempre 14 brazas de agua, y aún más en algunos parajes; pero la gente del país aseguraba que en la boca tenía poco fondo. Hechos capaces de todo [esto], y de que por el brazo de Santa y sólo pueden navegar embarcaciones pequeñas, como botes y lanchas, por ser su fondo muy poco, y que por el río principal no puede entrar ninguna es especie de embarcaciones si no es con marea, y las grandes descargadas, por algunos bajos que hay en él, nos pareció que lo único que se podía arbitrar era cegar el brazo de Santay y el Estero Salado, lo cual se conseguiría con sólo la diligencia de derribar los árboles que pueblan ambas orillas, y entonces quedaría reducida la entrada a la del río principal; y mediante que en éste es preciso hacerla con embarcaciones menores, como botes o lanchas, fuimos de sentir que se fabricasen dos medias galeras, las cuales podrían hacerles resistencia en el mismo río, embarazándoles llegar al paraje donde pudiesen desembarcar. Este dictamen, con la aprobación de aquella ciudad, se participó a la Audiencia de Quito, cuyo tribunal dio orden para que se pusiese en ejecución, y así se practicó en lo que pertenecía a fabricar las galeras, pero reservaron la que miraba al caño y estero para ocasión que urgiese más, porque ya consideraban que Anson no entraría en aquel puerto.
57. Para la guarnición de los dos fuertes que entonces tenía Guayaquil se habían llamado todas las milicias, que componían varias compañías de caballería e infantería, a las cuales se les daba entonces prest como a tropa reglada, pero sin este motivo no tienen alguno. El número de las compañías que se juntaron entonces fueron ocho: tres de caballería, otras tres de infantería, una de indios flecheros, y otra de forasteros; esta última no tiene número fijo, porque pertenecen a ella todos los que, en tales ocasiones, se hallan en la ciudad. Y aunque no compusiesen más de 400 hombres entre todas (que excedían), era número bastante para defenderla una vez bien dispuestas las providencias, de suerte que no les quedase a los enemigos más entrada que la del río, y que estuviesen prontas las galeras a oponérseles, sin ser necesario que se alargasen mucho de la ciudad. Pero fuera de esta gente, recibió Guayaquil otras compañías que se enviaron de toda la provincia de Quito, aunque llegaron tan tarde que, si Anson se hubiera dirigido allí, no le hubiera servido de nada este socorro y como las invasiones no esperan una demora tan larga cual se necesita para ocurrir a Quito, que se levante allí la gente, que forme compañías, y que baje a Guayaquil, es preciso que las fuerzas de aquella ciudad se regulen por las que puede juntar entre su vecindario y el que habita en los lugares inmediatos de su Jurisdicción, que son los que legítimamente están en postura de acudir en tiempo a defenderla.
58. Ni los fuertes, ni las galeras que pueden defender a Guayaquil en tiempo de guerra, necesitan de gran número de gente en el de paz, pues con sólo aquella muy precisa para que cuide de tener cerrado el fuerte y de guardar lo que hubiese en él, es bastante, y las galeras, con la precaución de vararlas y tenerlas hechas ramadas que las defiendan del sol y aguaceros, no necesitan de más. Y como desde que cualquiera embarcación de enemigos entra por la isla de La Puná, hasta que su gente pueda llegar a Guayaquil, ha de pasar medio día natural, aun haciendo la mayor diligencia que es posible, y en Guayaquil se tiene la noticia por medio de un tiro que se dispara en La Puná, y otros dos que corresponden en distintos parajes de la distancia que media, llega la de cualquier acontecimiento dentro del breve tiempo que el sonido gasta en correr de un lugar a otro, y siendo allí, en Guayaquil, donde está lo más fuerte de la maestranza de todas aquellas mares, en muy corto tiempo tienen [aprestadas] las galeras y puestas en el agua, de suerte que antes que los enemigos puedan haber entrado [dentro del río alguna distancia considerable] están prontas a emplearse contra ellos.
59. Es el puerto de Guayaquil de suma importancia en aquellas mares, porque además de ser la llave de los comercios de las provincias de Quito con todas las demás del Perú y costas de Nueva España, y forzoso paso para su comunicación, es asimismo el más bello astillero que reconocen aquellos mares, tanto por la abundancia de las maderas cuanto por su sobresaliente calidad y comodidad de hacer las fábricas, siendo también el único donde se pueden construir navíos grandes para guerra o para comercio, como también el más propio para carenar, cuyas circunstancias no las gozan otros puertos de astillero que hay en las costas de Chile, o en las de los reinos de Nueva España. Por lo cual es siempre de temer la desgracia de que se apodere de Guayaquil alguna de las potencias extranjeras que tanta solicitud han puesto en formar colonia en aquel mar, pues con sólo este puerto tenía bastante para ser dueña de todo el comercio del mar del Sur, y al paso que ella estaría en aptitud de mantener los navíos que hubiese menester, nos privaría de ello a los españoles, por ser los dueños de las maderas y arboladuras, que es lo principal de la construcción, y con la abundancia de algodón que aquel país produce, tendrían lonas y no les faltaría nada para completar sus intentos, de cuyos principios serían bien malas las consecuencias que se originarían.
60. A1 mismo respecto que el puerto de Guayaquil, se hace digno de atención el de Atacames, que está en la desembocadura del río de las Esmeraldas. Pero en éste, que hasta el presente ha estado casi abandonado, milita otra circunstancia, porque no es Esmeraldas, ni Atacames, los que por sí se hagan acreedores al mayor cuidado de la defensa, sino por la facilidad que hay de introducirse hasta Quito, subiendo primero el río de Esmeraldas y concluyendo el tránsito corto de las últimas jornadas por el nuevo camino que se ha abierto, destinado a facilitar el comercio entre las provincias de Quito y reino de Tierra Firme, el cual es tan corto que consiste en 18 leguas marítimas, que son las que hay en esta forma: desde Silanche, que es el desembarcadero del río, hasta Niguas, cinco; de Niguas por el Tambillo, Gualea y Nenegal a Nono, ocho, y de Nono a Quito, otras cinco; y todas se pueden andar, por ser los caminos malos, en cuatro días. El río de las Esmeraldas tiene, desde su desembarcadero al mar hasta Silanche, 25 de las mismas leguas, y todas ellas son navegables en embarcaciones menores, como lanchas y botes, y a la desembocadura de este río, cosa de tres leguas al Sudoeste, está el puerto de Atacames, que es muy seguro. Con que, qué duda hay, a vista de los ejemplares tantas veces experimentados con Panamá y puertos del mar del Sur, que si llega a proporcionárseles ocasión a los piratas, [no] dejen de emprender sus acostumbrados arrojos contra Quito, siéndoles no más ardua la empresa que la que hizo [Enrique] Morgan el año de 1670 contra Panamá, y menos difícil que la de otros que le siguieron después e hicieron el tránsito del istmo de Panamá por el Darién para pasar al mar del Sur, unos en el año de 1672 con Juan o Jen Ran, y otros hasta el número de 150 hombres comandados de Bartolomé Sharp, en el de 1680, que juntos no fueron cortas las hostilidades que practicaron en todas aquellas costas. A vista de estos ejemplares, no parece conforme a buena política vivir con tanta confianza que se dejen abandonados unos parajes tan importantes como aquellos, mayormente cuando lo están de modo que no tienen los enemigos que vencer otra dificultad de fortalezas, ni guarniciones, más que la del camino, para el cual tienen a la vista un incitativo tan poderoso en las crecidas riquezas que encierra una ciudad como la de Quito, que al paso que son incomparablemente mayores que las que tenía Panamá cuando padeció con Morgan, no hay en ella los obstáculos, que se ofrecían en aquélla, de ser preciso vencer dos fortalezas antes de conseguir el intento.
61. Parece que se hace extraño el que habiendo entrado a la mar del Sur tantos piratas, y siendo tan fácil como se propone el internar a Quito por aquella vía [del camino de Esmeraldas], y esta ciudad tan digno objeto de su codicia, no haya habido hasta el presente, entre todos ellos, quien intentase el viaje. Pero esto es provenido de que, en el tiempo que los piratas frecuentaron aquellos mares, estaba cerrado el camino que sale de Esmeraldas a Quito, y no era conocido aún de los mismos del país. Pero ahora que no sólo lo es para aquellos naturales, [sino] también para los extranjeros, que lo tienen reconocido muy prolijamente y aun sacado planos de él, que saben la total falta de defensa en que están todas las poblaciones de la sierra y la abundancia de bastimentos que hay en ellas, es de temer que no olviden tales noticias, y que, aprovechándose de ellas, ejecuten lo que nunca han proyectado por falta de luces.
62. El camino desde Quito a Esmeraldas se proyectó y abrió con el celoso fin de facilitar el comercio entre Quito y Panamá, de lo cual una y otra provincia reciben frandes beneficios. La primera dando salida a los muchos rutos que produce su territorio, y la segunda siendo abastecida de ellos con abundancia y más conveniencia que los que logra, y se remiten, de Lima y Trujillo; y además de esto, puede contribuirle repetidos y prontos socorros de víveres, gente, pólvora y otras cosas, la provincia de Quito a Panamá, en caso de verse invadida esta plaza, lo que no es fácil consiga faltando el comercio entre las dos por esta vía, porque o bien ha de ocurrir a Lima, cuya resulta es tan dilatada como queda ya vista, o a Guayaquil, de donde además de ser casi triplicado el tiempo que se necesita para el viaje, no se le puede socorrer con nada, porque sus frutos son de distinta calidad que los de Quito, su gente la necesita para sí, y carece de todo lo demás. Con que se concluye de todo que, siendo conveniente el que haya inmediata vía de Quito a Panamá, tanto para que con el comercio florezca más aquélla y sean partícipes en ésta de lo que allí produce la tierra lozanamente, como para que ésta pueda ser socorrida en caso necesario, se hace indispensable que estén guardados la entrada del río y el puerto de Atacames, con cuya reparo ni Quito peligrará, ni estarán expuestos los almacenes y embarcaciones, que por precisión ha de haber o en el mismo puerto o en la entrada del río, lo cual se puede conseguir sin hacer muchos costos a la Real Hacienda y, si el comercio es grande, sin ocasionarle ningunos, del modo siguiente:
63. En cada paraje donde hay bodegas o aduanas en aquel reino, como en la jurisdicción de Guayaquil, en Cruces y otras partes, está reglado que cada carga que transite por allí, si es de frutos o géneros de la tierra pague un real de derechos, y el doble cada fardo de mercancías de Europa; y por este indulto tan pequeño tienen almacenes donde se reciben hasta que sus dueños logran ocasión de darles curso, con que parece que más es este derecho por el almacenaje que por vía de tributo, pues si no lo tuvieran allí, lo habían de buscar en otra parte, donde también lo habían de pagar. Esto supuesto, y también el que [ni] uno, ni dos reales de derechos más del que es regular en cada carga de frutos o mercancías, no es perjuicio para el dueño respecto del crecido aumento de precio que va a adelantar en Panamá, no sería irregular que a cada carga se le impusiese este indulto, y que el producto de él, que sería tanto más crecido cuanto fuese mayor el comercio, se aplicase para la fábrica y subsistencia de los fuertes necesarios, y para la manutención de alguna tropa que, sin ser en número crecido, bastase para guarnecerlos, y junta con la gente del país, sería suficiente para su defensa y estorbar el paso a los enemigos que intentasen allanarlo.
64. Además de la seguridad que tendría entonces la provincia de Quito, y de que, con el motivo de este comercio, se poblarían todas aquellas tierras que pertenecen al gobierno de Atacames y al presente no lo están, resultaría para Quito otro beneficio grande, y sería que tendría este lugar de Atacames como presidio para condenar a él los malhechores, cuyo género de castigo ahora no [se] practica, porque, siendo Valdivia el único lugar destinado a este fin, no llega el caso de que se ponga en ejecución, a causa de que siendo la distancia tan dilatada, son los gastos de conducirlos muy crecidos, y si los hubieran de costear las justicias, sería castigarse a sí mismas con la imposición de estas multas; y así, aunque se condene al destierro de Valdivia en las sentencias, no llega el caso de que se cumplan en esto. El justo temor de que se hubiesen de ejecutar, y el de ver el lugar del castigo inmediato, corregiría mucho los desórdenes de aquella gente malévola, y reduciría al trabajo a los que ahora no lo reconocen y, llenos de pereza, están abandonados a los vicios. Con que de todos modos contribuiría la fortaleza de este puerto al bien de aquella provincia y, principalmente, a su seguridad, de que carece totalmente.
65. Supuesto, como se ha dicho al principio de esta sesión, que no es bastante providencia para las plazas de aquella América Meridional en las costas del mar del Norte, la de enviar tropas de España para que las guarnezcan, por la total deserción que es regular en ellas, y que las que tienen las de las costas del mar del Sur es gente sin disciplina ni experiencia para la guerra, parece que convendría disponer esto en tal conformidad que, sin hacer saca de gente España, se pudiesen guarnecer todas las plazas que lo requieren, con tropa veterana, disciplinada y acostumbrada a la guerra, y que, al mismo tiempo, no estuviese sujeta a la propensión de desertar, como que también fuese toda ella de vasallos del rey, pues siempre que se consiguiese en esta forma, no habría qué temer en aquellas plazas. Y como lo más arduo en estas materias es el conocer los arbitrios que deban contribuir a ello sin grave perjuicio del común ni de los países propondremos el medio que se nos ofrece, según lo podemos concebir mejor.
66. Es de advertir de las provincias interiores de aquella parte de América, que son las que están en la serranía, son asimismo las más dilatadas y pobladas de gente que hay en todas ellas. En éstas abunda mucho la casta de mestizos, y éstos son de muy corta o ninguna utilidad en aquellos países, porque la abundancia de frutos que hay en ellos, y la inaplicación que es común en éstos al trabajo, los tiene reducidos a vida ociosa y perezosa y hechos depósito de todos los vicios; la mayor parte de esta gente no se reduce nunca al matrimonio, y viven escandalosamente, aunque allí no es extraño este régimen por ser muy común. Hacer saca de esta gente sería beneficio para aquellos pueblos; traerla a España y formar con ella algunos regimientos que sirviesen en las plazas y en campaña, lo sería también para España, y volver a restituir a las Indias parte de ella con destino a aquellas plazas, sería tal vez conseguir enteramente lo que se desea para su seguridad. Porque esta gente, como que es de distinto color que los españoles, o conocida por sus facciones, lleva patente el sobre escripto de su casta por todas partes, y conocidos por mestizos o por mulatos (que también de ésta se deberían traer, porque hay parajes donde abundan, y los mestizos no), en ninguno de las Indias pueden tener esperanza de hacer fortuna, y como sea éste el incentivo que da motivo a la deserción de los españoles, faltándole totalmente a esta gente, no hay duda que permanecerían, porque todos ellos saben muy bien la poca o ninguna estimación que tienen en sus países, y así, poco estímulo pueden tener para internarse en ellos conociendo que la fortuna no puede serles más favorable, estando al descubierto la poca suerte que les cupo en su nacimiento.
67. Nunca sería conveniente el que esta gente se mezclase en los regimientos con la española, para evitar que, familiarizados con los legítimamente blancos, concibiesen en España más altos pensamientos que los que tienen en sus países natales y no quisiesen volver allá. [Como decíamos, nunca sería conveniente que esta gente se mezclase en los regimientos con la española], sino que con ellos se formasen aquellos regimientos que pareciesen necesarios para mantener las guarniciones de todas aquellas plazas, y éste habría de ser su fin e instituto. Pero en estos regimientos convendría que los oficiales fuesen españoles hasta los subtenientes inclusive, y los sargentos y cabos de ellos mismos, a fin de que tuviesen mejor disciplina y que se impusiesen en ella.
68. Toda la dificultad que se ofrece en esta nueva providencia consiste en hacer el transporte de esta gente desde las ciudades, villas, etc., de donde saliesen, hasta España, sin gravamen del Real Erario. Pero esto se conseguiría sin mucha dificultad disponiendo que cada ciudad, o cabeza de corregimiento, hiciese el transporte de la gente que hubiese de dar, hasta el puerto de mar más inmediato, a costa de los mismos pueblos; y para que no fuesen gravados sensiblemente, que los vecindarios concurriesen unos con mulas y otros con víveres de sus cosechas, con los cuales se transportasen y mantuviesen. Pero llegados al puerto de mar, se les debería dar ración en él por cuenta de S. M., hasta que se embarcasen, y por esto no se conducirían allí hasta que hubiese pronta ocasión de enviarlos a España.
69. El transporte de esta gente desde los puertos del mar del Sur hasta los de España puede hacerse arreglado al método que haya en el comercio con aquellas partes, o bien trayéndoles en derechura en los navíos de guerra y registros que fuesen a aquel mar, o bien llevándolos en los mismos navíos del Perú a Panamá, de donde se transportarían a Portobelo para embarcarse en los galeones, a cuyo fin convenía que se instituyese el que, a proporción de las toneladas que tuviese cada navío marchante, hubiese de estar obligado a traer un número determinado de gente, estableciendo, por ejemplo, que por cada diez toneladas le perteneciese un hombre; y lo mismo para llevarlos. [El transporte de estos soldados quedaría así solucionado], fuera de los que los navíos de guerra pudiesen también recibir llevando a las Indias, y trayendo de ellas, la gente de guarnición para aquellas plazas. No se les hacía perjuicio sensible a los dueños del navío porque, aunque esta gente no fuese marinera de profesión, puesta a bordo de los navíos y al lado de marineros viejos, trabajaría en todo lo que no fuese faena de peligro o de cuidado, que son las que requieren gente hábil, como lo hace la infantería de marina en los navíos de guerra; y así, un navío [de] 300 toneladas, que estará tripulado con 50 ó 60 hombres, llevaría y traería 30 de éstos, y con otros 25 ó 30 marineros buenos, tendría bastante para su viaje. Con que haciéndose en esta forma, parece que se lograría el fin, sin que resultase perjuicio ni a la Real Hacienda, ni a los particulares.
70. Esta gente que hubiese sido ya disciplinada en España y volviese destinada a las plazas de armas, sería por todos títulos más propia para ellas que la que se envía de España, pues con la práctica de ir y venir como marineros se habitaría también en este ejercicio, que es una de las circunstancias que necesitan las guarniciones de las plazas del Perú, porque siendo marítimas, se ofrece en ellas continuamente hacer algunos armamentos, ya de navíos de guerra o de balandras corsarias particulares, como se practica en Cartagena; y debiéndose guarnecer con la tropa de dotación que tiene la misma plaza, son más a propósito para esto los que ya han navegado que los que siempre han servido en tierra. En la plaza del Callao se hace tan precisa esta providencia como que ni la plaza tiene más guarnición que la de marina, ni los navíos de guerra se tripulan con otra tropa que con la que guarnece la plaza, porque una misma sirve a entrambos fines.
71. Los beneficios que a España y a las Indias se seguirían de esto están patentes; a España ayudando las Indias con gente para la guerra cuando se ofreciese, y tanta cuanta de allá pudiese venir se dejaría acá de sacar de los pueblos; a las Indias limpiando las poblaciones de gente vagamunda y viciosa, [dando] guarniciones a sus plazas de gente segura, vasallos del rey, y no propensa a la deserción, como lo son los españoles. Y además de estas ventajas, se conseguiría también que, siendo bien disciplinada, pudiesen tener confianza en ella los gobernadores, tanto para hacer las defensas que se ofreciesen contra los enemigos del rey, cuanto para hacer respetables entre aquellos vasallos las órdenes reales, reduciéndolos a la debida obediencia, que ahora conocen con más tibieza que veneración. Y, últimamente, por este medio se podría conseguir hacer de unos países sin más sujeción que la voluntariedad de sus moradores, unos arreglados a las leyes de justicia, tan necesarias en todo el mundo para el bien público y para la seguridad de las monarquías.
72. Establecido el que se trajese a España la gente que está más de sobra en las Indias, en la conformidad que queda dicho, resta decir el mejor modo de sacarla de aquellas poblaciones, sin perjuicio de ellas, lo cual debería hacerse por corregimientos, y asignando a cada uno aquel número que pareciese proporcionado según su extensión y poblaciones. Para esto daremos una norma por los que pertenecen a la provincia de Quito, la cual puede servir de régimen para arreglar los de las demás provincias.
73. La ciudad de Quito está regulada por las noticias de sus padrones de 50 a 60 mil almas de ambos sexos y todas castas. Su corregimiento se compone, además de la ciudad, de 29 curatos o pueblos principales, que casi todos tienen otro pueblo por anexo, y muchos dos y aun tres, y aunque la mayor parte de éstos se componen de indios, hay otros que son de mestizos enteramente, y otros en donde hay indios y mestizos. Con que no será mucho asignar a todo este corregimiento 50 hombres que deba dar anualmente.
74. La ciudad de San Juan de Pasto, cuyo partido, aunque perteneciente al gobierno de Popayán, es dependiente de la Audiencia de Quito y de esta provincia, tiene de 6.000 a 8.000 personas. Su jurisdicción consta de 27 pueblos, y mucha parte de ellos son compuestos de mestizos. Con que pueden asignársele 25 hombres anuales.
75. La villa de San Miguel de Ibarra se regula tener de 6.000 a 8.000 almas. Su jurisdicción se compone de 10 pueblos principales, muy grandes, y otros anexos. Su asignación puede, sin ningún perjuicio, hacerse de 25 hombres.
76. El asiento de Otavalo está regulado que tiene de 18.000 a 20.000 almas dentro de sus goteras. Este corregimiento se compone de seis pueblos principales fuera de los anexos, todos de mucho gentío. Pero porque la mayor parte del [gentío] que [se] comprende [en] toda su jurisdicción son indios, bastará asignarle otros 25 hombres.
77. El corregimiento de Barbacoas no debe contribuir gente ninguna, porque es muy corto el número de los que tiene en su jurisdicción.
78. El asiento de Latacunga tiene dentro de sus goteras de 10.000 a 12.000 almas. La jurisdicción de su corregimiento se compone de 19 pueblos principales muy grandes y muchos anexos; con que, sin hacerle gravamen, pueden repartírsele 30 hombres anuales.
79. El asiento de Ambato, que es tenientazgo de Riobamba, tiene en sus goteras de 8.000 a 10.000 almas. Su jurisdicción se compone de 16 pueblos principales y muchos anexos. Los mestizos abundan mucho en él y es gente inquieta y belicosa, tal que en toda la provincia padece esta nota, por lo cual se le pueden asignar 40 hombres al año.
80. La villa de Riobamba tiene en sus goteras de 16.000 a 20.000 almas. Su jurisdicción, extra de la de Ambato, se compone de 18 pueblos principales y muchos anexos, todos bien grandes. Pero por tener muchos indios bastará repartirle 35 hombres.
81. El asiento de Chimbo es corto. Guaranda, que es ahora el pueblo principal, donde residen los corregidores, tendrá de 6.000 a 8.000 plazas. En todo se compone su jurisdicción de ocho pueblos, y en ellos hay mucha parte de mestizos, con que pueden asignársele 25 hombres al año.
82. La ciudad de Guayaquil tendrá de 16.000 a 20.000 almas en sus goteras, y su jurisdicción se compone de 14 pueblos principales y algunos anexos. La mayor parte de la gente que los habita son mulatos y castas de éstos. Se pueden sacar anualmente 40 personas. Es gente libre, belicosa y resuelta.
83. El asiento de Alausi, tenientazgo perteneciente al corregimiento de Cuenca, tiene de 5.000 a 6.000 almas, y su jurisdicción se compone de cuatro pueblos principales y algunos anexos. Por ser indios la mayor parte de los que los habitan, bastará asignarle 10 hombres.
84. La ciudad de Cuenca está regulada de 25.000 a 30.000 almas. Su jurisdicción se compone de nueve pueblos principales, muy grandes; entre ellos hay algunos que tienen hasta cinco y seis anexos. La casta de mestizos abunda mucho en toda la jurisdicción; es gente muy altiva, muy perezosa, viciosa y mal inclinada. De esta ciudad y los pueblos de su pertenencia pueden sacarse anualmente 50 hombres o más y le será de un grandísimo beneficio.
85. La ciudad de Loja tiene de 8.000 a 10.000 almas, según se regula. Su jurisdicción se compone de 14 pueblos principales y varios anexos. Pueden sacársele 30 hombres anualmente.
86. Los gobiernos no deben comprenderse aquí, porque antes bien necesitan de gente respecto de la que tienen, como después se dirá. Y es de advertir que ésta que se saca de los corregimientos no perjudica a la que debe asignarse a estos gobiernos, por la mucha que hay en aquellas poblaciones sin oficio ni ejercicio. Y toda la que contribuirá la provincia de Quito para este fin se puede ver en el resumen siguiente.
87. Resumen de la gente que se puede sacar de la provincia de Quito anualmente para servir en el ejército:
Hombres anuales
Del corregimiento de Quito...... ...... 50
Jurisdicción de Pasto 25
Corregimiento de San Miguel de Ibarra 25
Corregimiento de Otavalo . 25
Corregimiento de Latacunga 30
Jurisdicción de Ambato 40
Corregimiento de Riobamba 35
Corregimiento de Chimbo 25
Corregimiento de Guayaquil 40
jurisdicción de Alausi . 10
Corregimiento de Cuenca 50
Corregimiento de Loja . 30
385
88. A este respecto puede hacerse la repartición en todas las demás provincias del Perú, y aumentar o disminuir el número según fuese necesario; porque aunque se haga institución de que se dé anualmente esta gente, si no se necesitare tanta, puede reducirse a la mitad, o a la tercera parte, conforme conviniese. Pero la aumentación no ha de ser tanta que llegue a perjudicar a las provincias, sino solamente en ocasiones como en la presente guerra, que en España hay necesidad de ella, y fuera conveniencia para los navíos marchantes el traer de allá más gente, pues con ella serían mayores sus fuerzas y no peligrarían tanto con los corsarios enemigos.
89. Está claro que si se hubiese de ceñir el transporte de esta gente a la precisión de un hombre por cada diez toneladas en los navíos marchantes, siendo pocos los que van no podrían traerla toda. Pero esto se salva con aumentar el número de la que cada navío deba traer a proporción de la que deba venir, porque todo su costo consistirá en los víveres y aguadas. Mas, como las ganancias que quedan a los navíos que pasan a las Indias con permiso son muy sobresalientes, esta pequeña pensión que se les impone no les es de tanto perjuicio como si hicieran el viaje a otras partes.
90. Como una de las dificultades de esta providencia estaría en el modo de sacar la gente de aquellos países sin que causase alboroto, ni hubiese entre la gente distinguida quienes se atreviesen a estorbarlo o protegiesen a los que fuesen nombrados para venir, libertándolos de ello, se debería hacer cargo de esta comisión a los ayuntamientos de las ciudades y villas, para que éstos dispusiesen la leva en toda la jurisdicción del corregimiento, arreglando por sí, con la asistencia del corregidor y de los alcaldes, el repartimiento que se habría de hacer a cada pueblo. El cual concluido, habría de remitirse a la Audiencia a donde perteneciese para que fuese aprobado por este tribunal, y después lo deberían poner en ejecución los mismos alcaldes ordinarios, pasando en persona, uno por cada lado de la jurisdicción, a sacar la gente que tuviese asignado cada pueblo, sin que el corregidor tuviese que intervenir en esto, ni en otra cosa de todo el asunto, más que en autorizar la junta, porque haciéndolo los alcaldes, como patricios a los cuales, y a toda la gente de lustre, miran los plebeyos con entera sumisión y obediencia, pasarán por todo lo que éstos quisieren imponerles, sin inquietarse; lo que no sucede respecto de los corregidores, porque siendo forasteros los tienen siempre en oje-riza, y los reputan por hombres que van a hacer caudal, y no a gobernar.
91. Para obligar a los ayuntamientos a que hiciesen esta leva con el celo y eficacia necesarios sería conveniente establecer una ley en que se ordenase que los regidores que no concurriesen a ello con toda eficacia, fuesen privados por las Audiencias de los oficios, y que no pudiesen volver a ejercerlos, ni ser nombrados alcaldes ordinarios, ni tener otro cargo ninguno, honorífico, del servicio del rey, o de la república, a menos de ser habilitados nuevamente por el Consejo de las Indias. Pero asimismo que los que habiendo sido 10 años regidores y uno alcaldes y hubiesen desempeñando en todos ellos esta obligación, se le reconociese por servicio y mérito bastante para ser atendidos y premiados para cuando llegase la ocasión; y para remunerarlos con cosa que los estimulara, podían asignarse a este fin varios empleos de honor que hay allá, los cuales no son de gravamen al Real Erario, y [sí] de mucha estimación para aquellas gentes; tales son el de maestre de campo, el de sargento mayor, el de general de caballería, los de capitanes, y otros que pudieran conferírseles de los que hay en España, que serían para aquella nobleza de tanta estimación como ahora los cortos que tienen, porque hace gran vanidad por esta parte, y por tal de obtenerlos (particularmente si fuesen empleos de honor, sin ejercicio, de los que hay en la Casa Real) se emularían todos los de más lustres en hacer méritos para que se les confiriesen.
92. Los mismos ayuntamientos deberían encargarse de las providencias de su conducción hasta el puerto más inmediato, para continuar, desde él, el viaje por mar. Y para que ésta fuese gente de servicio, la debería recibir el gobernador y oficiales reales del dicho primer puerto para que los que no fuesen de la marca, edad y circunstancias que se les prescribiese, los excluyesen, y sería del cargo de los mismos ayuntamientos el volverlos a conducir a su costa hasta sus propios pueblos, y reemplazarlos, también a su costa, con otros.
93. Ya se está viniendo a los ojos una dificultad tocante a la conducción de esta gente hasta el puerto inme-diato, y [es] el modo de guardarlos y evitar su fuga, lo cual se debería hacer con el auxilio de las milicias de cada corregimiento, ordenándose que los acompañasen, y para que a éstas no se les siguiese grave perjuicio, que en cada pueblo se remudasen. Pero los que, no obstante esta providencia, desertasen, éstos se habrían de solicitar en todos los corregimientos comarcanos, y por este hecho quedar condenados a ir a servir de forzados al gobierno a donde perteneciesen, por tiempo de cinco años, de lo cual se tratará más adelante. Pero no serían muchos los que desertasen, porque aquella gente ordinaria no demuestra resistencia en el particular de venir a España, ni mira con el horror que acá, entre la gente rústica, el ejercicio militar, porque no conoce sus pensiones y peligros.
94. A los ayuntamientos convendría, para el fin de esta leva, que se les diesen ordenanzas que pudiesen servirles de régimen para hacerla con formalidad, disponiendo por ellas que hubiesen de ser, los que reclutasen, mozos desde 16 a 20 años, porque no fuesen con la mayor edad embebecidos en los vicios. Que fuesen mestizos hasta el cuarto grado, esto es, hijos de español e india, hijo de español y mestiza en primer grado, de español y mestiza en el segundo grado y de español y mestiza en tercer grado; a excepción del primer grado, los demás son tan blancos como los españoles, y particularmente los de las dos últimas castas son ya rubios, de tal forma que aunque allá son conocidos por ciertas señales que los distinguen de los españoles, en España no se podrá acertar a distinguirlos, a menos de poner en ello bastante cuidado.
95. En tercer lugar se debería disponer que fuesen de marca, y con todas aquellas circunstancias que son regulares en las reclutas.
96. No se deberían comprender en estas reclutas los que estuviesen casados, pero los que lo fuesen y no hicieren vida con sus propias mujeres, después que hubiesen pasado un año de estar separados de ellas, no solamente habrían de ser comprendidos en la leva, sino preferidos a los que no fuesen casados, porque es muy regular el que se casen y después abandonen las mujeres propias para tomar otras, y así remudar cuantas se les antoja. Con esta providencia pudiera ser no sólo que se consiguiese el fin principal de tener buena tropa y segura para guarnecer las plazas de armas de las Indias, sino que casándose todos los que quisiesen librarse del peligro de salir de sus países, y haciendo vida con sus legítimas mujeres, se aumentasen los vecindarios y se acrecentasen las poblaciones, lo cual contribuiría en gran manera para poder poblar los dilatados y amenos países que hasta ahora están abandonados.
97. Un reparo se ofrece en contra de esta providencia, y es que, fiándose de esta gente la guarda y defensa de las Indias, sería de temer en ella alguna infidelidad o alzamiento, y si volvía a sus países hábil en el ejercicio de la guerra y llenos del nuevo aliento que en ella se cría, no serían capaces de sujeción; a lo cual satisfaremos para que quede destruida la fuerza de aquel justo reparo, aunque su fuerza está solamente en la exterior consideración, como haremos ver.
98. Siendo el principal fin de traer a España esta gente el de hacer tropa con ella para guarnecer las plazas de la América Meridional, no hay necesidad de que vuelvan nunca a sus países, porque sólo se ha de llevar la necesaria a las plazas de armas como a Cartagena, Santa Marta, Caracas, Panamá, El Callao, Valparaíso, La Concepción, Valdivia y Buenos Aires, con tal orden que los que fueren de Chile deberán ir a las costas del mar del Norte y Panamá [y] los de Quito, Popayan y otras provincias interiores, al Callao y Chile o Buenos Aires, porque de esta suerte estaban en países tan extraños para ellos como para los españoles, mediante que distan de los de su nacimiento mil y más leguas. Pero un mestizo de Quito, mestizo se queda en todas las Indias y por tal es conocido, y así, aunque en país muy apartado del suyo propio, nunca tendrá lugar de levantar el ánimo, como lo hacen los europeos, para lograr mayor fortuna, y se conseguirá el fin de que no deserten, o a lo menos, de que, aunque lo hagan algunos, no sea con la generalidad que los españoles. La demás gente que sobrare se deberá mantener en España en sus propios regimientos, y con ésta se mudará la de aquellas plazas cada cuatro o cada cinco años, pero sin dejar que medie más tiempo para que no tenga lugar de volverse a viciar con la pereza y flojera que reinan en aquellos países. No volviendo, pues, a sus tierras, no hay fundamento para tener que recelar de ellos; pero aunque volviesen, tampoco, porque aunque es gente voluntariosa ahora, nace esto de que no reconoce obediencia ni sabe lo que es sujeción, y sus genios y natural, por el contrario, son dóciles y se reducen con facilidad a aquello en que se les impone cuando hay resolución en el que lo manda, como podrá verse por los ejemplos que citaremos en otras partes.
99. No debe haber tampoco ningún temor en poner las plazas de armas en la confianza de esta gente, como no lo hay ahora para que lo estén, porque las guarniciones de todas las del Perú siempre han sido de gente criolla; lo mismo las de Panamá, con las demás fortalezas de su dependencia, y del mismo modo las de Cartagena y Santa Marta, no obstante las que se les han enviado de España, porque esta tropa ha desertado, toda o parte, en el primero y segundo año, y la que ha guardado la plaza después ha sido aquella poca del mismo país, compuesta de mulatos, blancos y castas fuera del primer grado, y nunca se ha dado ejemplar de que esta gente se haya alborotado ni dado motivo de desconfianza, que es prueba de su docilidad.
100. Si la gente de aquel país, no reconociendo la fuerza de la obediencia en la milicia, ni teniendo disciplina, que es la que puede infundirla, no ha dado motivo para que se desconfíe de su lealtad, con mucha menos razón puede haberlo cuando sepa la subordinación que ha de tener a sus superiores. [Al dejar de] ignorar la gravedad del delito y estando hecho a verlo castigar con severidad y rectitud, huirá de cometerlo [con mayor razón] que cuando sólo lo conoce por cosa leve, y hallándose instruidos en que, como soldados, son la confianza del monarca y la defensa de sus derechos, mirarán con más formalidad su ejercicio que cuando les parece que todo él consiste en tomar el fusil y en hacer una centinela, sin poder penetrar perfectamente la seriedad y solidez de su ministerio; y, últimamente, sabiendo obedecer, sabrá respetar, sabrá temer y sabrá cumplir con su obligación, que es lo que ahora ignoran aquellas gentes, y lo que les falta para ser buenos soldados, porque soldados ya lo son y lo han sido, aunque malos. Con que toda esta nueva disposición sólo se reduce a darles disciplina y a que, con ella, guarnezcan las plazas que están guarneciendo sin tenerla.
101. Si el disciplinar gente del Perú y el guarnecer con ella las plazas del Perú fuese cosa peligrosa, contra su seguridad, debería suceder lo mismo en todos los reinos y repúblicas del mundo, porque la misma gente de cada uno, disciplinada, es la que los defiende y la que sujeta a sus propios compatriotas cuando, alterados sus ánimos, quieren contravenir a la obediencia del príncipe. De modo que un hombre, hecho soldado, se transforma en un hombre que ni a extraños ni a patricios, y aun hasta sus mismos dependientes, trata con otro modo que con el que le ordenan sus superiores; si éstos le disponen que los mire como amigos, lo es fino, y si como a enemigos, no pueden tener otro mayor, porque con la obediencia rompe los vínculos del cariño y del afecto. Esto les falta a los del Perú, porque no tienen disciplina, y si con ella se les adelanta algo, es a favor de la lealtad que deben guardar al príncipe, obedeciendo con puntualidad y ciegamente las órdenes de sus superiores.
102. Aunque inquieta aquella gente del Perú, aunque belicosos los de algunas provincias, y aunque arrojados los de otras, son todos muy leales, y tanto para su rey, que nunca se les ha sentido la más leve flaqueza en sus inclinaciones que dé a entender sospecha de infidelidad, siendo así que nadie los sujeta. Con que aquellos desórdenes son hijos de la ignorancia más bien que de la malicia, y de ver que nunca llega el caso, o rara vez, en que los refrena el castigo, por lo cual no llega tampoco el de que tengan enmienda. Aquellas gentes se reconocen vasallos de los reyes de España y, aunque mestizos, se honran con ser españoles y salir de indios; de tal modo que, no obstante participar tanto de uno como de otro, son acérrimos enemigos de los indios, que son su propia sangre. Con que por ninguna parte debe hacer motivo de recelo capaz de embarazar esta disposición si, por otra parte, no tiene objeciones de otra especie que la puedan embarazar, las cuales [no serán de mucha importancia para que] se hayan ocultado a los alcances de nuestra comprensión.
103. La tropa formada con esta gente, aunque en el color no fuese toda igual y alguna pareciese más morena que los españoles, no dejaría de ser tan lucida y buena como la mejor de Europa, porque los mestizos son regularmente bien hechos, fornidos y altos, algunos tanto que exceden a los hombres regulares, y es propia para la guerra, porque se crían en sus países acostumbrados a trajinar de unas partes a otras, hechos a andar descalzos, regularmente con mucho desabrigo y mal comidos. Con que ningún trabajo se les hará extraño en la guerra, ni la alta de conveniencias será para ellos incomodidad.